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CAPÍTULO 2. La Isla de Lundy

1960


Como cada verano la familia Bradbury llegó a Lundy, la isla más grande del canal de Brístol. Una reserva natural en la que Henry, ornitólogo de profesión, una vez al año preparaba un informe del estado de las especies autóctonas del lugar. Junto a su interés por las gaviotas destacaba su pasión por los frailecillos atlánticos, una curiosa especie de aves con corona y espalda negra, de mejillas gris pálido y «pantalones» blancos, con pico rojo y negro y patas naranjas. Hasta aquella isla llegaba el estudioso junto a su mujer Natalie y sus dos hijas Adrienne y Katherine, de diecisiete y quince años. Se alojaban siempre en una casa cercana al viejo faro de Beacon Hill.

La isla había sido durante años un lugar muy famoso por sus leyendas, que narraban que aquel lugar había sido el destino escogido por varias embarcaciones pirata.En toda la isla abundaban las piedras de granito y pizarra, usadas en las construcciones modestas de las familias de la zona y en aquellas edificaciones que atraían tanto a los turistas, como el Castillo de Marisco. La isla gozaba durante el verano de un clima cálido y húmedo, en el que el viento solía estar siempre presente. La familia Bradbury disfrutaba de dos meses estivales, en aquel lugar tranquilo, antes de regresara Londres. Adrienne, la hija mayor del matrimonio, era una joven de una gran belleza. Sus ojos verdes llamaban siempre la atención de todos los hombres. Su pelo era de color trigo muy liso y largo y le bajaba por la espalda hasta la mitad de esta. Desde muy pequeña había sido una gran aficionada a la lectura, era habitual verla con uno o dos libros en la mano. También solía pasar mucho tiempo escribiendo en su libreta a la que ella llamaba diario. En ella anotaba pequeños versos y citas. Siempre soñaba con algún día convertirse en una escritora profesional.

Su hermana pequeña, Katherine, no estaba interesada en la lectura; su afición era la costura y se hallaba siempre bordando con hilos de vivos colores, de los que siempre llevaba alguna fibra colgando de su ropa, algo por lo que su madre le reprobaba con frecuencia. La hermana pequeña de Adrienne tenía la cara llena de graciosas pecas.Natalie, la madre de las dos y esposa de Henry, era de origen irlandés; ambos se conocieron durante un viaje del ornitólogo para estudiar las aves de Galway. Se casaron a los pocos meses y fijaron su residencia en Dartford, a las afueras de Londres, para algunos años más tarde trasladarse al centro de la ciudad.Aquello permitía a Henry pasar muchas horas en su lugar de estudio favorito: la National Library. El ornitólogo era un hombre de mediana estatura, algo excedido de peso, hecho que su mujer le recalcaba a menudo. Ella era de estatura baja y muy menudita. Sus dos hijas ya tan jóvenes le habían sobrepasado en altura. Natalie tenía un carácter un poco severo y dejaba pocas libertades a las dos jóvenes.Katherine tenía el mismo color de ojos azul claro y el pelo pelirrojo de su madre, y había aprendido de ella su afición a la costura, pues esta última trabajaba en un taller de modistas de la calle Newman’s Row. Dos meses al año se olvidaban de sus vidas londinenses para descansar en un lugar completamente diferente a la bulliciosa capital.

Durante los meses de verano, casi llegaba a ser aburrido para las dos muchachas pasar tanto tiempo en la isla, en la que residían muy pocas familias y siempre a una gran distancia unas de otras. Por eso era agradable la presencia de los turistas que, sin embargo, llegaban esporádicamente a la isla. La playa y sus impresionantes amaneceres y crepúsculos eran un privilegiado espectáculo para quienes llegaban hasta aquel lugar. Ocasionalmente se veía algún bañista cerca de donde la familia residía, dado que los turistas deseaban visitar el viejo faro construido en 1819. Se trataba de una edificación a ciento cuarenta y tres metros sobre el nivel del mar que fue abandonada en 1897, pues la densa niebla de aquella zona lo convertía en una atalaya poco visible. Cuando se construyeron dos modernos faros en el norte y el sur, el Old light dejó de tener utilidad. Aquella torre era un edificio vistoso pese a estar abandonado. Había sido construido con piedra de granito y ahora era de fácil acceso, lo que permitía poder curiosear su interior, pues su puerta de madera había sido forzada hacía muchos años y permanecía sin ser reparada su antigua cerradura. Subiendo las escaleras se podía acceder a la vieja lámpara y disfrutar desde el mirador de una fantástica vista de Beacon Hill. Las dos hermanas habían subido muchas veces a aquel faro, desde el que se podía oír al viento cantar su propia melodía.

Aquella mañana Adrienne se dirigió con su padre hasta la oficina de correos, quería enviar una postal a su mejor amiga Amy Henley, a la que invitaba a visitar aquel tranquilo lugar el próximo verano.


Disfrutarías muchísimo conociendo estas playas, la arena juega a ser un enorme reloj de arena que absorbe las horas con total parsimonia. Te extraño mucho. Besos.

Adrienne


La joven estuvo un rato contemplando modelos de sellos filatélicos y después pidió al cartero uno de ellos en el que estaba dibujado el viejo faro de la isla. Lo humedeció con su lengua y lo pegó en una postal, que consistía en una simple tarjeta de color crema que tenía las líneas para escribir la dirección a la que remitir el mensaje. Adrienne no podía permitirse una de aquellas postales con dibujos de la isla, esas preciosas estampas que tanto admiraba desde pequeña. Su amiga Amy, en cambio, solía contestarle con tarjetas en las que estaban representados los monumentos londinenses, y cada verano Adrienne coleccionaba las postales de su amiga como un gran tesoro. Amy era su compañera de escuela desde la infancia, se conocían desde su traslado a la calle Newman’s Row en 1949. Ambas amigas compartían todos sus secretos y al salir de la escuela estaban siempre juntas. Amy era muy aficionada a la música, desde pequeña había recibido clases de piano y de violín, este último era su instrumento favorito y esperaba algún día llegar a ser una reconocida concertista.

Los veranos en Lundy solían transcurrir sin que ningún hecho insólito alterase la tranquilidad del lugar y este año parecía que todo acontecería de igual modo que en los anteriores. Las tres primeras semanas en la isla se sucedieron rápidamente, al principio era muy divertido volver a encontrarse con el amplio océano, disfrutando de días soleados y de los baños de agua yodada del mar. Pero cuando pasaban los primeros días, las jóvenes añoraban a sus amigos de Londres, si bien pasaban bastante horas de su tiempo con los Callaghan, dos niñas de la misma edad que las Bradbury y con el hermano pequeño de estas, que tenía diez años. Eran los únicos niños que vivían lo suficientemente cerca para verse diariamente, así que los cinco compartían muchos juegos en la playa.

A Adrienne le gustaba acompañar a su padre cuando iba a observar a los frailecillos, sobretodo, porque en sus desplazamientos por la isla encontraban otros animales que era imposible contemplar en Londres, como los ciervos y las focas que tanto le gustaban. Ella tomaba notas en un diario tal y como hacía su padre y luego les contaba a su madre y a su hermana lo que habían visto durante sus expediciones. Por la edad de la joven, su relación con su madre no era siempre demasiado buena. Adrienne se llevaba mejor con su padre.Lo que ocurrió una noche durante una discusión con su madre cambiaría los acontecimientos de un modo totalmente inesperado.


24 de agosto de 1960


Natalie había preparado la cena y pidió a su hija mayor que le ayudase a colocar la mesa, justo cuando Adrienne se encontraba tomando notasen su cuaderno. Estaba escribiendo sobre su reciente visita al Castillo de Marisco, esa impresionante edificación que estaba situada al sur de la isla.Por eso, al estar ocupada, comentó a su madre si podía pedir a su hermana que dispusiera la mesa en su lugar. Natalie le contestó molesta que era ella laque debía tomar las decisiones en aquella casa. Adrienne aceptó muy mal el comentario de su madre, pues siempre ayudaba en todas las tareas que podía, e imaginó que su madre con quien estaba realmente enfadada era con su padre, con el que había mantenido una discusión horas antes, así que, sin rechistar, a mesa y decidió que saldría después de cenar a dar un paseo por la playa para apaciguarse. —Voy a dar una vuelta y regreso en media hora —comentó al salir por la puerta. Eran ya las diez de la noche y todo estaba oscuro. La luna brillaba por su ausencia, escondida entre densas nubes, así que era difícil ver bien por dónde se debía caminar. El viento soplaba fuertemente, quizás de un modo tan brusco que debería haber puesto a Adrienne sobre aviso de que un temporal estaba a punto de desatarse. Ella iba pensando en que empezaba a ser aburrido estar en la isla, llevaban siete semanas allí y faltaba poco para su regreso a su amado Londres.

Sintió caer sobre su rostro unas sutiles gotas de lluvia y, aun así, decidió avanzar en dirección a la playa.

En muy pocos minutos el clima cambió completamente. Un intenso viento levantó grandes ráfagas cargadas de arena que le impedían poder abrir sus ojos para ver el camino. Los truenos y los relámpagos empezaron a tronar e iluminar la noche de un modo intempestivo, al tiempo que una lluvia muy caudalosa bajaba con gran furia desde el cielo. Adrienne tenía dificultades para avanzar; sus ropas estaban empapadas y sentía frío, al tiempo que percibía un susto que le recorría todo el cuerpo. Decidió que era peor intentar regresaren dirección a la casa, pues se encontraba más cerca del antiguo faro. Así que entró en aquel lugar y se sentó sobre las escaleras. Notó escalo fríos recorriendo todo su cuerpo, pues la lluvia había calado su traje estampado con flores y su melena se había revolucionado completamente. Allí sentada en el faro pudo ver que había unas escaleras de bajada y pensó que quizás condujesen a una habitación en la que antes no había deparado.

—Quizás allí abajo tendré más cobijo —dijo en voz alta intentando darse ánimos, y así procurar perder el miedo que sentía.

Mientras bajaba por aquellas escaleras de piedra, notaba mucho frío a causa del viento, que se colaba por el portón de madera de la entrada, que estaba muy corroída por el paso del tiempo. Adrienne terminó de bajar todos los peldaños de piedra que conducían hasta una puerta blanca que estaba algo atascada. Dio una leve patada y volvió a empujar la madera que esta vez cedió. Dentro de aquella estancia estaba bastante oscuro, pero a través de una pequeña ventana se filtraba tenuemente la luz de una luna, que a ratos volvía a esconderse completamente tras las nubes. Vio que al lado de la puerta había varias candelas y unos fósforos junto a un sencillo candelabro. Adrienne encendió una vela y pudo contemplar que aquella habitación estaba casi vacía. En el centro había una mesa de madera y una vieja silla. Sobre la mesa había una especie de cuaderno o libro encuadernado en piel negra. No parecía muy viejo. La joven se dijo que debía ser algún tipo de diario del faro, pero aquello le resultaba muy extraño, pues aquella atalaya no se utilizaba desde hacía más de sesenta años. Sintió una enorme curiosidad por saber qué era aquel libro, así que se sentó en la silla y lo abrió despacio. Las primeras hojas del cuaderno estaban en blanco. Pensó que todas las hojas estarían vacías hasta que llegó a la mitad de la libreta y encontró una misiva manuscrita. No se necesitaba mucha intuición para comprender que se trataba de una carta escrita por la mano de un hombre que decía lo siguiente:


Hace mucho tiempo que espero poder escribirte. Sé que al principio te costará entender que es a ti a quien dirijo estas palabras. Nos hemos conocido de manera muy casual y hemos hablado en varias ocasiones, aunque no creo que hayas deparado en mi presencia…


Adrienne estaba leyendo cuando de nuevo un enorme rayo cayó sobre la playa. El ruido fue tan tremendo que no pudo evitar dar un grito por el susto.Se daba cuenta de que volver a salir en esos momentos del faro sería muy peligroso, era mejor continuar escudriñando aquella carta. Se sentía algo mal leyendo aquella misiva que no estaba dirigida a ella, pero aquello era tan romántico que no podía resistirse a seguir descifrándola. Leer aquellas palabras le hacía sentir menos atemorizada.


…Yo, por el contrario, no hago más que pensar en ti desde el primer momento en que te vi. No podrías llegar a imaginar de qué he sido capaz por tener la oportunidad de hacerte llegar esta carta. Sé que te va a costar entender que es a ti a quien pertenecen mis sentimientos. He de pedirte algo en este mismo momento: deberás mantener el secreto de todo lo que te cuento, no puedes hablarle a tu familia de mí. He escrito solo desde la mitad del libro para que tú puedas contestarme en las primeras hojas. Yo vendré mañana para leer lo que has escrito, pero debes hacerme un favor: no estés pendiente del faro, no debes verme de momento, esto es algo muy importante; si no, no llegaremos a encontrarnos. Y, créeme, estamos destinados a hacerlo desde hace mucho tiempo. La carta que te escribo es reciente, es de hace un par de horas, del momento posterior a mi llegada a esta isla desde Londres.

Adrienne se mostró sorprendida y se detuvo sin poder continuar la lectura. Le resultaba muy sorprendente saber que el hombre que había escrito aquella carta provenía como ella de la capital, pues pocos turistas llegaban desde tan lejos a Lundy.

Sé que es extraño entender todo esto, pero es de suma importancia que te quedes en este momento dentro del faro. La tormenta que lo amenaza va a llegar hasta el mismo Beacon Hill. Si no estuvieses ahora leyendo esta carta, lo más seguro es que te ahogases en el mar, que está completamente enfurecido y ha subido hasta el límite del faro. Yo no adivino el futuro, pero sé que la noche del veinticuatro de agosto es una noche maldita desde los viejos tiempos del AntiguoEgipto. En una noche como esta el Nilo arrastró el cuerpo de una joven bayadera hasta sus profundas aguas, arrancándole la vida ante los horrorizados ojos de su amado.


Adrienne se sintió completamente aturdida, pues aquella noche era un veinticuatro de agosto, la misma fecha que se citaba en la carta, y justo como se decía en ella, ahora la tormenta arremetía con furia golpeando con mucha fuerza las paredes de piedra del faro. Sintió cómo sus manos temblaban, temerosa y desconcertada por todo aquello.


Yo ahora podría intentar llegar al faro para salvarte de la tormenta, pero temo que te perdería igual que Dyedefra perdió a Hatket. Que sepa lo que ocurrió hace miles de años, no quiere decir que sepa lo que ocurrirá hoy, pero conozco esta situación como si tú misma me la hubieras relatado, como si el día de mañana me confiases que casi perdiste la vida en este día de agosto en este mismo lugar. Por eso te he dejado mi carta, tienes que sobreponerte a la impresión que te va a causar todo esto.

La joven empezó a formularse muchas preguntas. ¿Acaso aquella carta era para ella? ¿Cómo podía saber alguien que estaría allí aquella noche? Intentó pensar con serenidad y se dijo que todo aquello era o fruto de la casualidad o de una broma de mal gusto, pero decidió que en cualquier caso debía tomar muy en serio las advertencias sobre lo peligrosa que podía ser aquella tormenta, que acechaba fuera de la torre. Siguió leyendo aquel cuaderno en el que comprobó que había escritas por lo menos cinco paginas.


Creo que en este punto de mi relato ya empezarás a preguntarte seriamente si es de ti de quien yo estoy hablando. Solo quiero que razones algo, seas tú o no, la tormenta fuera resulta aterradora y amenazante. Tú estas sola en el faro, así que debes ser prudente y no salir hasta que el último trueno se haya alejado de Beacon Hill. No dudes por un momento, que si pudiera estar a tu lado en este instante no dudaría en hacerlo, pero es demasiado pronto para que nos encontremos, si te rescatase sin más, tu olvidarías quien soy.

Por si esto puede ayudarte a sentirte más tranquila, me presentaré, mi nombre es Matthew y tengo veinte años, soy londinense de nacimiento y es en esa ciudad en la que nos hemos conocido. Tengo que pedirte que no te lleves fuera del faro esta bitácora, será el único medio que tenemos para comunicarnos. Mañana por la mañana, podrás encontrar una nueva carta que te escribiré durante la noche, cuando te haya visto abandonar el faro con seguridad. Si por cualquier motivo tú salieses de la atalaya antes de que termine la tormenta yo iré a socorrerte, pero entonces perderemos toda oportunidad de conocernos en el momento adecuado, tal y como es mi deseo. Escucha, pequeña Adrienne…


Al leer su nombre Adrienne lanzó un grito completamente aterrorizada. Aquello no podía estar pasando. Todo esto estaba organizado, existía un plan para que ella leyese las cartas. Cerró la bitácora y empezó a temblar de miedo, todo parecía un juego enrevesado, no era capaz de pensar qué debía hacer. Pero una cosa era cierta, la fuerte tormenta no amainaba y se oían truenos aterradores, al tiempo que los relámpagos rompían la oscuridad de la noche. La joven se pellizcó la mano para comprobar que no estaba soñando todo aquello. Luego respiró profundamente y decidió que debía seguir leyendo aquellas cartas.


…Sé que, en este mismo instante, te sentirás llena de temores. No he pretendido nunca asustarte, aunque tenía que lograr ponerte en sobre aviso con respecto a la tormenta. Algún día podrás entender todo esto, créeme, yo estoy aquí para protegerte, no para hacerte ningún daño. Llegué a la isla esta misma mañana y la tormenta había sido anunciada en la radio local. Tú has llegado hasta aquí por el juego del destino, yo formo parte de tu destino, o mejor dicho espero formar parte de él, pero para eso debemos ser cautos. Si tu familia sabe de mi existencia te impedirán que nos veamos y yo solo quiero poder hablar contigo lo antes posible. No puedes imaginarte el tiempo que llevo esperando para poder volver a verte. Se me hace eterno cada vez que te veo desaparecer. Necesito que creas en mí, aunque no me conozcas. Por eso te ruego que mañana por la mañana escribas algo en esta bitácora, si deseas que yo desaparezca solo debes pedírmelo y no volveré a molestarte. Sin embargo, te pido solo que me des una pequeña oportunidad de demostrarte quién soy y quién puedo llegar a ser para ti. Tu intensa mirada de ojos verdes, tu cabello del color del trigo, tu hermosa sonrisa que ilumina cada uno de mis pensamientos. Eres mi musa, no hay nada que no intentara por volver a verte y explicarte que te amo desde el mismo momento en que te vi.

Adrienne se sentía muy confusa, un desconocido se le había declarado en aquella carta y, sin duda, era a ella a la que profesaba sus sentimientos. Le había descrito tal y como era fisicamente, había citado su nombre y decía proceder de Londres. Si no sintiese en aquel momento tanto miedo y desconcierto, le parecería que todo aquello era una de las fábulas que a ella le gustaba tanto leer. Sentía aún mucho temor, pero al mismo tiempo le embargaba una enorme curiosidad por saber quién estaba detrás de aquella misiva.

Aquel hombre le pedía que mantuviera todo aquello en secreto, y ella se preguntaba si acaso no era tan peligroso encontrarse a solas con un misterioso desconocido como podía serlo el enfrentarse sola a aquella tempestad.


Una hora después del inicio de la tormenta, los truenos se alejaron totalmente de Beacon Hill, aunque las nubes aún descargaban gran cantidad de agua. Adrienne estaba convencida de que sus padres estarían muy preocupados y hasta enfadados por su imprudencia, así que decidió regresar.


Al verla llegar por el camino, su madre salió fuera de la casa para recibirla, agradeciendo al cielo que estuviera a salvo. Su padre había ido a buscarla junto a Edward Callaghan. Los dos hombres volvieron a casa media hora después de Adrienne. Cuando su padre la vio, le abrazó fuertemente y le dijo que habían temido lo peor, rogándola que, por favor, no volviera a alejarse cuando hubiese riesgo de tormenta. Aquella playa era un lugar peligroso hasta para un experto marinero cuando el tiempo arreciaba de aquella manera.


Estando aún escondido entre las rocas, Matthew sintió una enorme felicidad al ver que Adrienne salía sana y salva del faro. Todo su esfuerzo había merecido la pena. Ella estaba bien y seguramente habría leído su extensa misiva, pero eso tan solo lo sabría al día siguiente por la noche, y esperar todo ese tiempo se le iba a hacer muy largo. Volvió al faro y escribió unas palabras.

Mi querida Adrienne, te he visto salir del faro y te encontrabas bien. He sufrido todo el tiempo pensando en el miedo que habrás pasado, espero no haberte asustado demasiado con mi carta. Sé que todo esto es muy extraño, pero para mí también lo es. Tuyo siempre.

Matthew


El joven regresó hasta la casa de los Thomas, que se encontraba algo alejada del faro. Había alquilado una de sus habitaciones para cinco días y cuatro noches, exactamente el tiempo que pasaría Matthew en la isla. Al entrar en el albergue estaba completamente empapado.

—Vaya, le ha caído toda la tormenta sobre su cabeza —comentó la señora Thomas, que se metió en la cocina para prepararle una bebida caliente y un sándwich.


Pero Matthew no sentía ganas de cenar, así que se bebió el té y subió a su habitación. Se desnudó y se tumbó sobre la cama, estuvo un par de horas mirando el techo, pensando en lo cerca que estaba ahora de la mujer que amaba. Aquello valía todos los sacrificios u obstáculos que le pusieran por delante, o al menos eso es lo que el joven pensó.

Adrienne contó a su familia que se había refugiado en lo alto del faro. No quiso hablarles del sótano ni, por supuesto, del extraño cuaderno y de la carta manuscrita. Estaba muy confundida, pero pensaba que si algo así le había sucedido debía ser por algún motivo importante y sentía la necesidad de saber exactamente de qué se trataba todo aquello. No dudó un momento en que regresaría al faro por la mañana y escribiría en aquella bitácora algunas palabras de agradecimiento para aquel desconocido que le había recomendado que no abandonase el faro. Se acostó cenando solo un plato de sopa fría y, pese a todas las preguntas de su hermana, se quedó inmediatamente dormida, como alguien que ha recorrido una distancia de muchos kilómetros para llegar a su destino.

Por la mañana el sol se levantó asomando por la ventana del este de aquella pequeña habitación. Los dorados rayos de cálida luz dibujaban líneas paralelas sobre la colcha de Adrienne, que fue sintiendo cómo estos trepaban hasta llegar a acariciar su rostro. Al despertarse lo primero que pensó fue que había soñado todo lo ocurrido la noche anterior, debió ser un espejismo fruto del terror que pasó durante la tormenta. Se vistió con un traje de algodón blanco y bajó a desayunar a la cocina. Todos los miembros de la familia estaban ya sentados a la mesa. Y cuando la vieron llegar, fijaron sus miradas en la muchacha. —Me alegra ver que has descansado —dijo su madre. —Sí, el susto de esta noche me dio mucho sueño y ahora hambre —comentó la joven.

Su madre aún se sentía culpable por lo ocurrido la noche anterior, pues era cierto que su enfado no tenía que ver con su hija y no debió reprobarla. Adrienne sonrió a su madre para quitarle hierro a lo sucedido.

Después de desayunar, tomó su diario de notas y un bolígrafo y salió en dirección al faro.

Bajó a la playa del oeste y subió con cuidado por las resbaladizas rocas negras hasta llegar al faro. Allí encontró la puerta del sótano de nuevo cerrada. Esta vez le costó abrirla más que la primera ocasión, por lo que se preguntó si todo lo ocurrido la noche anterior no habría sido fruto de su imaginación. A punto de desistir, empujó la puerta por el lado derecho y esta cedió.

A la luz del día aquel lugar era mucho menos tenebroso. La luz de la ventana dibujaba una estancia completamente distinta a como la joven la recordaba. Se acercó a la mesa y contempló la bitácora de piel negra. Adrienne abrió el cuaderno y leyó las palabras que Matthew le había dejado aquella misma noche, tras amainar la tormenta.

—¡Vaya! Era cierto que estaba vigilando en las proximidades para cuidar de mí —se dijo en voz alta sonriendo tímidamente. Luego tomó su bolígrafo y buscó la segunda página del cuaderno y allí escribió la fecha: jueves veinticinco de agosto.


Mi estimado Matthew:

Quisiera agradecerte lo que hiciste por mí ayer por la noche. Me siento aún muy confundida por todo lo ocurrido. No hago más que preguntarme quién eres y desde cuándo nos conocemos. Como me has pedido, he mantenido el secreto sobre lo ocurrido ayer. Me gustaría que esta noche me aclarases algo más de tu identidad, pues no recuerdo haber entablado amistad con ningún hombre llamado como tú. Gracias de nuevo por tu ayuda. Sinceramente,

Adrienne


La joven salió del faro y como una mañana más se encaminó hasta la playa de la bahía de Halfway Wall. Allí saludó a sus amigas las Callaghan, que estaban al corriente de lo sucedido la noche anterior por su padre. Le hicieron todo tipo de preguntas, en especial le cuestionaban sobre si había pasado mucho miedo dentro del faro. Para que se les quitase la cara de angustia que tenían sus amigas, ella bromeó:

—Ahora soy la mujer del faro y he entrado a formar parte de la leyenda de Beacon Hill. Anoche me transformé en una sirena para escapar de la tormenta y un pirata valiente me rescató con su navío.

La hermana pequeña de Adrienne rio con aquella contestación. Era la primera vez que la veía sonreír desde lo ocurrido la noche anterior. Sin duda todos habían estado muy preocupados.


—Nos has dado un buen susto, Adrienne —le dijo su amiga Sarah.


La muchacha pensó que era muy cierto que había corrido un gran peligro, sin embargo, lo que todos desconocían era que su desconocido admirador había estado vigilando muy de cerca.

De pronto, una duda se cruzó por sus pensamientos, algo le hizo dudar de la veracidad de lo ocurrido y lo poco casual que parecía ser todo, pues, aunque la tormenta había sido anunciada por la radio, aquel hombre misterioso sabía exactamente en qué momento ocurriría y eso era algo imposible de predecir; ni siquiera con los más revolucionarios aparatos de medición, era imposible vaticinar una tempestad con tal precisión horaria. Todo aquello era demasiado extraño. Si lo acontecido no se tratase de un fenómeno natural, no se fiaría lo más mínimo de su admirador. Pero algo le hacía sentir que podía confiar en él.


Desde la playa no podía contemplar el faro pues las rocas lo ocultaban. Aun así, Adrienne sentía tanta curiosidad por descubrir a su admirador que contemplaba con curiosidad hacia aquella dirección. Durante un instante creyó ver la figura de un hombre en lo alto de las empinadas rocas y estuvo tentada de ir hasta allí. Luego dilucidó que se trataba de su imaginación, pues Matthew le dejó por escrito, bien claro, que nadie debía verle. Aquello era de suma importancia para él y por tanto era obvio que iba a permanecer escondido de cualquier mirada. La joven intentó no dar más vueltas al asunto, esperando encontrar una nueva carta al anochecer.


—Voy a salir a dar un paseo —anunció a su madre—. No volveré muy tarde.

—Si se levanta mal tiempo regresa a casa, no vuelvas a hacer lo de ayer.

—No os preocupéis, el cielo está completamente despejado, no hay señales de que vaya a llover otra vez.


Eran las diez y diez de la noche cuando Adrienne salió a dar una vuelta hasta el faro. El cielo estaba límpido y salpicado de estrellas. La luz de una luna menguante iluminaba la explanada de la playa, tiñendo el paisaje de tonos plateados.

La joven estaba impaciente por saber algo más de su admirador. Había perdido su gran temor inicial hacia aquel desconocido, al fin y al cabo, él le había salvado del peligro. Si pretendía hacerle daño de algún modo, entonces no le hubiera avisado de la amenaza en la que se encontraba en mitad de aquella tormenta.

Adrienne llevaba sobre sus hombros un chal para protegerse del ligero viento que soplaba en aquel momento de la noche. Volvió a entrar en el sótano del faro empujando la puerta. Esta vez la abrió sin dificultad, ahora que ya sabía que esta cedía siempre al empujar el lado derecho.

Entró en la pequeña habitación y encendió una de las velas que estaban junto a la puerta, la colocó en el candelabro y se acercó hasta la bitácora. Se sentó en la silla y abrió la tapa con curiosidad, buscando rápidamente entre las páginas aquellas que estaban escritas. Primero releyó las palabras que ella había escrito esa misma mañana. Pensó que había sido un poco parca en su lenguaje. Y sintió la satisfacción de ver que de nuevo su admirador le dedicaba una larga carta en la que le explicaba que no podía contarle muchos detalles personales sobre sí mismo. Era mejor que por ahora ella no supiera demasiadas cosas sobre él. No deseaba hacerle ningún daño y por eso quería ser muy claro con ella y no darle falsas esperanzas. Matthew no podría quedarse mucho tiempo en la isla, tenía solo cinco días desde el miércoles y ya estaban a jueves, así que el domingo por la noche regresaría al lugar del que provenía y ambos no podrían volver a verse. Adrienne no entendió bien aquellas palabras. El joven le explicaba que en solo tres días él desaparecería de su vida.

La muchacha había dado vueltas y más vueltas en su cabeza, intentando recordar si algún hombre llamado Matthew formaba parte de sus amistades. Aquel desconocido se le había declarado y al tiempo la avisaba de que la abandonaría para siempre. Adrienne se sentía muy confundida. Se concentró en leer la nueva misiva, y entre todas las palabras escritas las siguientes le marcaron profundamente:


No es posible explicar siempre de un modo racional aquello que nos ocurre. Yo no puedo explicar este viaje. Nunca pensé estar aquí esperando volver a verte. Estoy tan lleno de temores como puedas estarlo tú, pues sé bien que no vas a reconocerme. No sé si he cambiado mucho, tú estas distinta de como yo te recordaba y no estoy seguro de que vayas a saber quién soy yo, pero te amé antes de conocerte, te amo ahora y te amaré cuando me haya ido. Si pudiese cambiar las circunstancias jamás me separaría de tu lado. Si no puedes aceptar la idea de conocerme para luego dejarme ir, es mejor que lo digas claramente en tu próxima carta. Si, por el contrario, no temes encontrarme, aunque sea para compartir solo unas horas juntos, entonces yo te prometo que seré capaz de demostrarte algún día cuánto te amo.


Deseo abrazarte con ternura y sentir tu cuerpo enlazado al mío, solo así me sentiría el hombre más dichoso. Mi único anhelo es hacerte feliz las pocas horas que nos han sido concedidas para que jamás olvides mis auténticos sentimientos.


Adrienne se sentía llena de dudas, todas las opciones eran factibles, podría tratarse de un fugitivo que se escondía de todos tras haber cometido un delito, o tal vez fuera un hombre casado. Algo turbio debía suceder para comprometerse a estar solamente unas horas junto a la mujer a la que, supuestamente, amaba de un modo incondicional. Pero la joven se sentía atrapada por la dulzura de sus palabras y deseaba encontrarlo en persona cuanto antes.










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